4 de marzo de 1948.
A Antonio le anudaban la lengua con pellejos de escroto,
lo expulsaban del cabaret por sexópata,
le reventaban las venas con inyecciones de mutismo
doctores electrificadores accionistas de la muerte silenciosa y ordenada.
A Antonio lo encadenaban a la angustia
para exhibirlo ante los ojos ulcerantes
que mutan a un buitre en paloma,
lo castigaban con sablazos de agua fría
si no expresaba su hambre pálida
con las diez palabras diestras del guión del Vademecum.
A Antonio le hicieron fumarse los huevos
por resistirse a renunciar a la tristeza.
"Yo no pretendo otra cosa que mostrar mi espíritu" A.A.
II_2
Villa Domínico, 26 de septiembre de 2009
Antonio:
desde la más mugrienta playa del Riachuelo
que con su nombre peyorativo estuvo destinado
desde 1800 a representar por dentro
la cavidad bucal de este hijo de puta sistema,
te escribo:
mi hijo está devorando el vientre de su madre
y asoma por su sexo muñecos africanos
tallados en sus flexibles huesitos.
No duermo, por las noches me enceguece
con canciones del futuro
que cualquier contemporáneo ubicaría en el infierno.
Se ríe con un tono de murciélago y yo acato,
para que al entrar mi sexo en su asilo
no lo muerda con desprecio.
Suerte, Antonio.
III_ 3 Avellaneda, 20 de diciembre de 2009.
Antonio:
desde adentro de una botella perdida tras el mostrador de un bar anónimo de la ciudad de Avellaneda, que irónicamente lleva tal nombre pues desde hace varias décadas aquí sólo crecen árboles de soretes que dan pimpollos de arsénico en vez del frondoso que brindaría ese sabroso fruto seco motivador para tal gracia, te escribo:
Las cosas extreman su rareza de este lado del cielo. Temo que sea producto de no haber rechazado un té digestivo preparado con manzanilla extraña.
Hace aproximadamente 20 días que mi espacio se ha tornado una feria constante de elementos muertos o condenados.
Di con Ariadna, me acosté con ella, me entregó un carretel. Cuando lo empleé se volvió una mecha terrible que perseguía mi cuerpo por creerlo dinamita.
No puedo escapar. Imagina lo incómodo que resulta la escritura en ésta circunstancia. Debes comprender mi caligrafía.
Todo me habla de vos. Si escucharas el coro eclesiástico de los pescados profanar tu honor. No puedo escapar a las voces de los granos, los huevos y las frutas: al unirse es innegable que gritan como recién nacidos culpándome de haber sido abortados. Sólo yo... sólo a mí se reduce la responsabilidad de su espanto.
Las moscas me agradecen el sustento besándome los ojos, los labios, el interior de la nariz. Mientras un cordero despellejado, todavía sin descuartizar me ofrece en su cuero el perdón.
Los cerdos se acuestan sobre unas brasas que fueron utilizadas para hervir el agua en que ahogaron los conejos que se ofertan, y a medida que se les cocina la carne se devoran mutuamente. Sinceramente, estos horribles son quienes despiertan mis peores sentimientos. Los sonidos que emiten untan pus en mi alma. La combinación de sus chillidos junto al ruido del mordisco al triturarse y la respiración me hace escuchar palabras tan nauseabundas como Dios, Yo, Más; y otras tantas que de sólo recordarlas se atrofia mi capacidad de escribir.
Como si ésto fuera poco las calles están alfombradas con una fotografía de mi rostro junto a una leyenda que reza: "El maleducado. Enfermo de desprecio.". La propaganda afecta tanto como una droga colectiva: cada vendedor insiste en que acepte como regalo alguno de sus espectrales alimentos.
Después de buscar un sitio donde poder descansar, donde poder escribir (la búsqueda llevó nueve días íntegros) he ubicado esta botella...
Debo despedirme, parece que el mozo se acerca. Suerte, Antonio.
Martín Tesouro